Dos jaguares se alzan como portadores de un canto ancestral. Sus fauces, abiertas en esqueleto, dejan escapar los ecos de quienes nos precedieron, transformando el silencio en grito, en memoria viva. La obra es un ritual visual: un puente entre lo terrenal y lo espiritual, donde la voz de los ancestros resuena con fuerza en el presente.